Nunca le había gustado usar ropa interior. Por eso, tras recoger su vestido hasta más arriba de la cintura, ella fue a recostarse desnuda sobre su espalda, dejando descansar sus esculturales nalgas muy cerca del borde de la cama. Después agarró con su mano derecha el racimo de uvas que había preparado sobre la mesita de noche, y le fue arrancando una a una hasta un total de doce, colocándolas de manera que formaran una perfecta hilera que atravesaba de norte a sur todo su abdomen. Yo, acercándome hasta su pubis rasurado, fui rodeando con mis brazos sus tersos muslos, para acabar separándolos de golpe, como si abriera con desazón una vieja tenaza oxidada. En ese momento repicaron los primeros cuartos en el reloj del televisor. Ella se quejó entonces, y vino a recordarme el bramido de un toro maltrecho antes de afrontar su última suerte. Aquello me excitó aún más. Después, hundiendo sus codos en el colchón, fue incorporándose lentamente de forma que aquellas voluptuosas esferas iniciaran su sinuoso recorrido vientre abajo, hasta llegar a mis labios, que acabarían finalmente saboreando aquella sensual cena improvisada mientras ella escanciaba a placer una botella de cava sobre mi cabeza.
¡Donnnng! ¡Donnnng! ¡Donnnng! ...
¿...? ¿Tres?
- ¿Te ocurre algo, Carlos?
- Nada, Juan... Nada. Otra maldita pesadilla con mi ex como cruel invitada. Perdona si te desperté. Intentemos retomar el sueño: aún restan cuatro horas más hasta que amanezca.
Mis músculos estaban entumecidos, y sentía mucho frío. Aunque todo estaba oscuro, intuí como de lejos un grupo de transeuntes se felicitaba por la entrada del nuevo año. Sólo me consoló pensar en el café con leche caliente que aquel uno de enero nos ofrecerían como desayuno en el albergue de Cáritas.
¡Donnnng! ¡Donnnng! ¡Donnnng! ...
¿...? ¿Tres?
- ¿Te ocurre algo, Carlos?
- Nada, Juan... Nada. Otra maldita pesadilla con mi ex como cruel invitada. Perdona si te desperté. Intentemos retomar el sueño: aún restan cuatro horas más hasta que amanezca.
Mis músculos estaban entumecidos, y sentía mucho frío. Aunque todo estaba oscuro, intuí como de lejos un grupo de transeuntes se felicitaba por la entrada del nuevo año. Sólo me consoló pensar en el café con leche caliente que aquel uno de enero nos ofrecerían como desayuno en el albergue de Cáritas.
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Quisiera pediros disculpas por no visitaros desde hace tiempo, ni contestar a vuestros comentarios, ni recoger vuestros premios. Y quiero pedíroslas, porque sin duda las merecéis. Soy víctima de una contrariedad sin la menor importancia, pero que me seguirá impidiendo durante un tiempo indeterminado retomar mi habitual ritmo en estos lares. Gracias a todos por vuestra compresión.