DESDE EL 7 DE FEBRERO HASTA EL 15 DE MARZO PUEDES VOTARME EN EL CONCURSO DE POST 2009 YDB

Vota en el Concurso de Posts 2009 YdB Desde aquí os animo a participar en las votaciones, cliqueando en la anterior imagen. Yo participo personalmente con tres de mis post, pero os aseguro que disfrutareis con decenas de excelentes trabajos. Todos ellos los podréis encontrar en este enlace. Os doy las gracias a todos.
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14 marzo 2010

Cuéntame un Cuento










- ¡Cuéntame un cuento, mamá!

- Ya es tarde, mi vida, y mañana tienes que madrugar...

- ¡Por favor, mamá, sólo uno! ¡Prometo que luego me dormiré!

- Está bien, hijo, está bien, pero uno cortito: sí... Veamos... Erase una vez...

- ¿Por qué los cuentos empiezan todos igual, mamá?

- No sé hijo, siempre ha sido así.

- Pero mamá, ¿por qué nunca se delimitan los tiempos? ¿Por qué ese cuento no pudiera comenzar narrando En aquel invierno del año...?

- Puede que esa intemporalidad, precisamente, sea lo que los haga más perecederos, cariño...

- Sí, mamá, en cierto modo tu explicación es lógica. Continua...

- A ver... Erase una vez, un enanito...

- ¿Un enanito? Cuando hablas de un enanito ¿te refieres a un hombre de corta estatura, de talla inferior a la media normal, o propiamente a un enano, genéticamente hablando?

- No sé, hijo, supongo que un enanito siempre será un enanito. A lo mejor era un gnomo...

- ¿Un gnomo? ¿Has dicho un gnomo? ¡Ah! Entonces esta es otra historia; ahora tendré que volver a situarme.

-Vaya.. A ver sí... Esto era una vez, un enanito que no era feliz.

- ¿No era feliz en ningún sentido, mamá?

- ¿Cómo en ningún sentido? No era feliz, simplemente.

- ¿Pero por qué no era feliz mamá? ¿Quizás tenía problemas con su pareja? ¿Quizás lo acosaban los Trolls de hacienda? ¿Tal vez se sentía marginado por su estatura?

- No sé, hijo, no sé: intentaba inventarme el cuento conforme te lo narraba... ¡Hace ya tanto tiempo que no te contaba uno! Por cierto, ¿cuándo me dijiste que volvía tu esposa del congreso?

- Pasado mañana, mamá. ¿Por qué me lo preguntas?

- Por nada, mi vida, por nada... Pensaba que la debes de extrañar mucho. Yo también la echo de menos, muchas veces. ¡Es tan buena persona!

- Sí, mamá, claro que la extraño... ¡Cómo no! Pero a tu lado consigo olvidar hasta la edad que tengo. ¡Acércate y dame un beso, mamá!

- Claro, hijo... Voy a arroparte y dejaremos que el cuento descanse hasta mañana.

- Buenas noches, mamá. Déjame la lamparita encendida... ¿Cómo era aquello que me decías entonces?

- Que los ángeles velen la cabecera de tu cama, corazón...

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-¡Mami!

- ¿Olvidaste algo, tesoro?

- Olvidé decirte que te quiero mucho, mucho, mucho...

- Yo también te quiero mucho, hijo... ¿Cómo no voy a quererte?






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Este microrrelato está dedicado a todas las mamás del mundo. Pero en especial a la de mi esposa, que hace tan sólo unos días se olvidó de vivir... Aún siendo como soy padre de cinco hijos, tengo la completa certeza de que no existirá nadie tan capacitado como vosotras para hacer comprensible en su totalidad la posible irracionalidad de este texto. Aún siendo como soy padre por cinco veces, entendedme si os digo que envidio vuestra peculiaridad genética: no aquella que os permite engendrar, sino aquel particular vínculo afectivo que desde vuestra condición de madres os unirá por siempre a vuestros hijos. Yo, aunque me pese, jamás lo podré gozar.

Como entenderéis, retorno por necesidad a mis ausencias... Gracias, siempre.










08 marzo 2010

La Conjura










Todo comenzó en la oficina: mi jefe siempre andaba criticándome, obviando mis evidentes valores, juzgando subjetivamente todas mis acciones y negando la razón a cualquier iniciativa innovadora que le exponía. Me vigilaba inquisidoramente mientras revisaba el correo electrónico de mi esposa, o cuando la telefoneaba a casa, para comprobar si permanecía allí. Aquel seguimiento no tenía nada que ver con mi rendimiento en el trabajo: sé que se había posicionado en su favor. Recuerdo cuando se la presenté en aquella cena de empresa; me quedó bien marcado aquel brillo lascivo tatuado en su mirada... Terminó por despedirme, el muy imbécil. Nunca encontrará otro trabajador como yo.

Después empezaron a aflorar los problemas en casa. Cuando la cartera retorna vacía siempre acaban surgiendo: se reproducen como virus, y ya todo se torna mucho más cuestionable. Antes de perder mi empleo sólo manteniamos pequeñas discusiones sin importancia, escollos vanales, lo normal a lo que cualquier pareja suele enfrentarse a diario. Siempre por culpa de ella: nunca aceptó que los hombres somos hombres, y que necesitamos una libertad que le es implícita sólo al propio hombre. Me recriminaba que cada noche regresase tarde del bar... Pero todo estaba planificado: lo hacía intencionadamente, para sorprenderla de una puta vez cometiendo alguna infidelidad. Ella me lo había negado siempre, pero no podía creerla. La mujer es una mentirosa innata: es algo históricamente comprobable. Por eso empecé a regresar cada vez más tarde. No es que volviese bebido... Lo normal. Los hombres necesitamos confraternizar, intercambiar puntos de vista, para sobreponernos de muchas cosas. Las mujeres no entienden esto: son mujeres, al fin y al cabo. Pero jamás conseguí desenmascararla a tiempo: creo que alguien la telefoneaba a casa en cuando me ausentaba de aquel local de copas.

Una noche me dijo que no soportaba más aquella situación... A mí, que le he regalado todo cuanto ha poseido en esta vida: una posición, un nombre, unos hijos, incluso una dignidad como persona... Me juró que se marcharía de mi lado, y que los arrastraría en su huida del hogar. ¡A mis hijos! Le di su merecido, estaba histérica, tenía que hacerla recuperar el juicio: la mierda hay que barrerla siempre de puertas para adentro. Cualquier otro hombre en mi lugar hubiese hecho lo mismo. Cualquier otro hombre, digo. Nadie tenía que saber que me había equivocado, que erré al casarme con un mal bicho. Los niños empezaron a llorar, y a gritarme que la dejara en paz: no hay nada más nocivo que el veneno de una madre. Tuve que castigarlos también: tiene que haber alguien en esta casa que se ocupe de rehacer lo deshecho. Tienen que aprender, para que el día de mañana no se desmoronen cuando se enfrenten a la vida. Tienen que aprender quién es el que tiene la razón. Tienen que aprender a ser hombres-hombres.

Llegó el juicio; llegó el divorcio. Me robaron la casa, con todo lo que poseía de valor, y me negaron la custodia de mis hijos. Sé por qué el juez dictaminó a su favor: era un ser arrogante y afeminado. Cada vez soy más consciente del complot orquestado en mi contra.

Ultimamente empecé a tomar más copas de lo habitual: a esta situación me condujo aquella mala pécora. Ya no sólo lo hacía por las noches: había días en que perdía la noción del espacio, del tiempo. Pero las circunstancias me habían obligado a ello. Beber me anima a sobreponerme de esta sinrazón, me ayuda a olvidar. Una noche me arrojaron a golpes del bar que frecuentaba, sin motivo: yo no tuve la culpa de aquella pelea, fue aquel tipo con traje que me miraba mal. Se lo merecía. Quizás también sea conocido de ella... Todo el mundo se ha posicionado en mi contra. Echo de menos a mis hijos. Sé que ellos también me echarán de menos a mi. Si no vienen a verme, si no me llaman siquiera por telefono, es seguramente porque ella los está obligando a olvidarme, a no tener contacto conmigo. Por eso cogí el coche aquella misma noche dispuesto a volver a casa: eso es, a mi casa, porque nunca dejó de serlo. Quería hablar de nuevo con mi mujer de todas estas cosas; y de muchas más. Eso es, con mi mujer, porque nunca ha dejado de serlo tampoco. También deseaba hablar con mis hijos, y llevármelos de allí, a la fuerza si era preciso. Tenían que conocer la sucia maniobra que han urdido contra su padre. Seguro que lo entenderían. Es una maldita conjura. Todos se empeñan en llevarme la contraria. Incluso aquella indeseable gentuza que circulaba por la autovía en sentido contrario, deslumbrándome, mientras yo volvía a casa. No podrían conmigo: estaba decidido a romper con todo. Tenía que prevalecer la razón...

Ahora ya conoce la auténtica verdad, señor juez: la única verdad. Apelo a su condición de hombre... Aunque intuyo que jamás llegará a creerme, porque usted es igual que ellos: que mi jefe, que mi esposa, que aquellos conductores muertos... Su satánica mirada me regala el mismo destello insano que me dedicaron todos ellos... No me importa, tengo un buen abogado, un hombre-hombre de los de siempre. Me ha prometido que todas estas acusaciones quedarán finalmente en nada; que cuando presente las circunstancias atenuantes que ha preparado, quedaré en libertad. Y será entonces cuando pueda retornar a casa, para reconducir mi matrimonio. Será entonces, más temprano que tarde, cuando todo vuelva a la normalidad...









01 marzo 2010

¡Zapatero Encarcelado!








Este microrrelato participó en Las Palabras Encriptadas de Calados hasta los versos.



¡Zapatero encarcelado! ¡Zapatero encarcelado!

Ante la mirada atónita de los contados viandantes, que aún no terminaban de salir de su asombro, el muchacho que repartía la gaceta matutina vociferaba a los cuatro vientos la increíble noticia. Como si en aquel acto, que repetía reiteradamente cada amanecer, se jugase una vez más la vida. O su pan diario, en realidad. Las perezosas callejas de la ciudad comenzaron a bostezar sus puertas y postigos, curiosas ante la inverosímil noticia con la que despertaban al nuevo día. ¿Encarcelado? Debía tratarse de alguna cruel broma; o en todo caso de una lamentable confusión. Aquel buen hombre, al que todos conocían y apreciaban, no podía ser el mismo al que referían en aquel titular de prensa...

¡Zapatero encarcelado! ¡Zapatero encarcelado! El mismo Rey en persona fue quien lo mandó arrestar!

La noticia corrió como la pólvora: la codicia se encargó de cercenar de cuajo la impoluta reputación que hasta entonces se había ganado a pulso aquel hombre.

En la trastienda de la zapatería, los soldados del Rey habían descubierto una habitación semitapiada donde aquel canalla mantenía retenidos a más de veinte duendecillos, a los que hacía trabajar en condiciones deplorables y sin remuneración.

Los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, sumamente contrariados, decidieron reescribir el final de su historia. Lamentablemente, fue la original la que llegó hasta nuestros días.







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