¡Cuánto me decían tus ojos! Azules, instantáneos, fugaces... Me insinuaban primaveras al atardecer. Me teñían de estíos cuando la luz nacía, refulgiendo de nuestras manos.
¡Cuánto me decían tus ojos! Tú no existías cuando ellos moldeaban palabras en el silencio. Me mordían tus labios y eran tus ojos quienes lo hacían: ¡Te quiero!, me susurraban… Me sonreían: ¡te quiero!
Tus dedos me ungían el alma, pero eran tus ojos quienes me acariciaban. ¡Te quiero!, me hablaban… Me sonreían: ¡te quiero!
Hoy, son tus labios y tus manos quienes me besan, quienes me hablan, quienes me acarician. ¡No sé!, me dices… Me sonríes: ¡no sé! Nunca más tus ojos.