Si el pobre de Geppeto pudiera renacer ahora, en nuestros días, en nuestra España de la Ley de Dependencia, acabaría su retiro seguramente con todos los honores, en una buena residencia para ancianos. Esto sí, después de esperar estoicamente a que la fastidiosa burocracia siguiera su retorcida trayectoria de cuanto menos un año. Esto también, sin un hijo a quien poder reprobar nada a pie de cama, con la lengua mordida como cualquier otro interno que se precie, porque así pinta la vida cuando nos hacemos mayores. Pero, si los trámites no lo han olvidado antes en el camino, calentito y bien aseado. Sin embargo el carpintero erró, porque eligió venir al mundo en un tiempo y un espacio para él equivocados.
Posiblemente Geppeto también errara al aceptar como doctos los consejos de una trabajadora social sustituta, que con mucha más voluntad que experiencia intentó gestionarle un proceso de adopción que jamás debió permitir que arriara a buen puerto. Una asistenta de alma generosa, a la que el fabricante de títeres, octogenario y cegatón, confundió con un hada azul, merced a la ocurrencia de la Consejera de Sanidad de turno, que pensó que el celeste era el mejor color para hacer distinguir el uniforme de sus trabajadores. El caso es que la adopción finalmente se produjo, y aquel hecho marcó el declive para el pobre anciano. Desahuciado y demente, ni siquiera llegaría a ser consciente del momento en que Figaro tuvo que comerse a Cleo, al no tener algo mejor que llevarse a la boca.
¿Fue Pinocho un buen hijo? No sabría deciros. Pero posiblemente Pinocho nunca pudo llegar a ser un buen hijo. Posiblemente Pinocho nunca tuvo oportunidad de llegar a ser un buen muñeco-persona. Como tampoco lo serían nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, al permitirles crecer ajenos a cualquier tipo de valor humano: Respeto, Amistad, Paciencia, Voluntad, Decencia, Responsabilidad, Honestidad, Sinceridad, Gratitud, Solidaridad, Prudencia, Sacrificio, Bondad, Lealtad, Gratitud Comprensión, Amor... Nadie marcó nunca el camino del pobre Pinocho. Nadie. Porque no se puede dejar la formación de un niño en manos de un grilloamigoinvisible.
En realidad Pinocho fue un ignorante, un aprendiz de persona al que su padre nunca intentó o supo orientar. Pero, a diferencia de nosotros, siempre gozará de una buena coartada. El contrato de adopción que gestionó aquella buena hada-trabajadora-social-azul solo consiguió humanizarlo en parte: su corazón continuó siempre siendo de madera.
Posiblemente Geppeto también errara al aceptar como doctos los consejos de una trabajadora social sustituta, que con mucha más voluntad que experiencia intentó gestionarle un proceso de adopción que jamás debió permitir que arriara a buen puerto. Una asistenta de alma generosa, a la que el fabricante de títeres, octogenario y cegatón, confundió con un hada azul, merced a la ocurrencia de la Consejera de Sanidad de turno, que pensó que el celeste era el mejor color para hacer distinguir el uniforme de sus trabajadores. El caso es que la adopción finalmente se produjo, y aquel hecho marcó el declive para el pobre anciano. Desahuciado y demente, ni siquiera llegaría a ser consciente del momento en que Figaro tuvo que comerse a Cleo, al no tener algo mejor que llevarse a la boca.
¿Fue Pinocho un buen hijo? No sabría deciros. Pero posiblemente Pinocho nunca pudo llegar a ser un buen hijo. Posiblemente Pinocho nunca tuvo oportunidad de llegar a ser un buen muñeco-persona. Como tampoco lo serían nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, al permitirles crecer ajenos a cualquier tipo de valor humano: Respeto, Amistad, Paciencia, Voluntad, Decencia, Responsabilidad, Honestidad, Sinceridad, Gratitud, Solidaridad, Prudencia, Sacrificio, Bondad, Lealtad, Gratitud Comprensión, Amor... Nadie marcó nunca el camino del pobre Pinocho. Nadie. Porque no se puede dejar la formación de un niño en manos de un grilloamigoinvisible.
En realidad Pinocho fue un ignorante, un aprendiz de persona al que su padre nunca intentó o supo orientar. Pero, a diferencia de nosotros, siempre gozará de una buena coartada. El contrato de adopción que gestionó aquella buena hada-trabajadora-social-azul solo consiguió humanizarlo en parte: su corazón continuó siempre siendo de madera.
