Ella lo soñó muerto. Y lo estaba. Desde el techo, el espíritu de Él los observaba, completamente incrédulo: su cuerpo inerte y gélido yacía a su lado, pero Ella dormía serena, sin siquiera advertir que Él ya no respiraba. Entonces reparó en algo peor que el frío: cada vez que miraba los rostros de ambos, una parte se difuminaba. Comprendió entonces que morir no era irse, que la muerte no era un destino, sino un proceso donde el alma va desvaneciéndose en el olvido, hasta convertirse en La Nada... justo al lado de a quien más amó.
