A veces me quedo mirándolo durante horas.
No es por nostalgia, ni por tristeza: es otra cosa.
Todavía me conmueve su cuerpo, me sigue pareciendo hermoso: su rostro, la curva de sus hombros, la forma en que la luz resbala por su pecho, esa piel que aún conserva el tono cálido de los días felices... Aún lo deseo, sí; aún me parece mío. Me acerco despacio, le hablo en voz baja, como antes, cuando no queríamos despertar a los niños. Le acaricio el rostro, le acomodo el cabello, y le miento jurándole que todo irá bien. Ya no temo despertarlo, no. Mi temor es que su sueño pueda convertirse en eterno, como mi dolor.
Esta mañana, me han dejado estar a solas con él. Han apagado las luces, hemos detenido el tiempo... Y en aquella triste intimidad he imaginado, por un momento, que hoy era él quien me besaba a mí.
Y después, al salir, por fin he reunido el valor para decirles que sí.