- ¡Gasas!
- Gasas...
- ¡Escalpelo!
- Escalpelo...
Con la habilidosa precisión del mejor delineante, el médico forense acabó dibujando con el bisturí una impecable línea recta en el céreo torso del cadaver. Después, una vez delimitado el mismo en dos fracciones prácticamente idénticas, balbuceó algo ininteligible a su ayudante, sin abandonar en ningún momento la estricta vigilancia sobre aquel cuerpo inmóvil.
- Perdón, ¿qué fue lo que me pidió, doctor?
- ¡La sierra, enfermera, la sierra! ¿En qué diablos está usted pensando? ¡Pásemela de una maldita vez, y vaya preparando los separadores para el tórax!
- ¿...?
- ¿Es que no me he expresado bien?
- Carlitos, mi amor...
- Sí, querida...
- ¿No puedes olvidar de una vez por todas tu antiguo trabajo en el hospital? Desde que te jubilaron estás francamente insoportable... Este jueguecito tuyo de la autopsia, cada vez que comemos pollo, ha llegado definitivamente a hastiarme. De hecho seré yo quien termine de desmenuzarlo sola, o nos encontraremos almorzando cualquier otra cosa. Mientras tanto, ve troceando tú algunas patatas.
- Está bien, querida.
- Por cierto, Carlos, no vuelvas a colocar todo el material que has usado en la necropsia dentro del lavavajillas. Sabes que odio mezclar tus juguetitos con la cubertería de casa.
- Sí, querida, lo sé, lo sé. Y sabes que lo siento. Pero no puedo cambiar la rutina mantenida durante años de un día para otro. Tendrías que ser más tolerante conmigo; continuar ofreciéndome tu apoyo, hasta que consiga superar esta maldita deformación profesional. A cambio, no obstante, me gustaría pedirte un favor.
- Dime, cariño... Sabes que siempre podrás contar conmigo.
- La próxima vez que nuestros instintos sexuales más básicos confluyan análogos a la misma hora y en el mismo lugar...
- ¡Oh, Carlos, que artificial se muestra tu frase!
- ... ¿Podrías entonces, querida, intentar hacerte la muerta mientras se complete todo aquel proceso fisiológico?
- ¡Caaarlooooos!
- Sí, querida, sí: voy a trocear esas patatas...
- Gasas...
- ¡Escalpelo!
- Escalpelo...
Con la habilidosa precisión del mejor delineante, el médico forense acabó dibujando con el bisturí una impecable línea recta en el céreo torso del cadaver. Después, una vez delimitado el mismo en dos fracciones prácticamente idénticas, balbuceó algo ininteligible a su ayudante, sin abandonar en ningún momento la estricta vigilancia sobre aquel cuerpo inmóvil.
- Perdón, ¿qué fue lo que me pidió, doctor?
- ¡La sierra, enfermera, la sierra! ¿En qué diablos está usted pensando? ¡Pásemela de una maldita vez, y vaya preparando los separadores para el tórax!
- ¿...?
- ¿Es que no me he expresado bien?
- Carlitos, mi amor...
- Sí, querida...
- ¿No puedes olvidar de una vez por todas tu antiguo trabajo en el hospital? Desde que te jubilaron estás francamente insoportable... Este jueguecito tuyo de la autopsia, cada vez que comemos pollo, ha llegado definitivamente a hastiarme. De hecho seré yo quien termine de desmenuzarlo sola, o nos encontraremos almorzando cualquier otra cosa. Mientras tanto, ve troceando tú algunas patatas.
- Está bien, querida.
- Por cierto, Carlos, no vuelvas a colocar todo el material que has usado en la necropsia dentro del lavavajillas. Sabes que odio mezclar tus juguetitos con la cubertería de casa.
- Sí, querida, lo sé, lo sé. Y sabes que lo siento. Pero no puedo cambiar la rutina mantenida durante años de un día para otro. Tendrías que ser más tolerante conmigo; continuar ofreciéndome tu apoyo, hasta que consiga superar esta maldita deformación profesional. A cambio, no obstante, me gustaría pedirte un favor.
- Dime, cariño... Sabes que siempre podrás contar conmigo.
- La próxima vez que nuestros instintos sexuales más básicos confluyan análogos a la misma hora y en el mismo lugar...
- ¡Oh, Carlos, que artificial se muestra tu frase!
- ... ¿Podrías entonces, querida, intentar hacerte la muerta mientras se complete todo aquel proceso fisiológico?
- ¡Caaarlooooos!
- Sí, querida, sí: voy a trocear esas patatas...
