Dedicado a Vangelisa.
- Las fotografías no invitan a la duda: fue una muerte ciertamente insólita. ¿No opina usted lo mismo, inspector Jáimez?
- Bueno, Calvillo, yo no emplearía un término tan selectivo: en todo caso llamémosla curiosa... Porque hoy por hoy, en medicina forense, nada queda relegado al caprichoso azar. Aquel desgraciado accidente no dejó de tener nombre y apellidos.
- No le entiendo, inspector, ¿se refiere a la identidad del asesino?
- Verdaderamente no existió ningún asesino, físicamente hablando, aunque en cierto modo podríamos llamarlo así. En realidad la causa que indirectamente lo condujo al fallecimiento tiene asignado un complicado nombre científico: microbiofobia.
- ¡Demonios! ¿Qué palabreja dijo?
- Microbiofobia. Es un término técnico que en medicina identifica a aquellos pacientes que padecen un miedo irracional a ser contaminados por los microbios. En cierto modo el que la padece denota un paradójico desconocimiento, pues muchos de esos microbios nos ayudan precisamente a sobrevivir. Parece ser que Héctor, que así se llamaba el cadáver, siempre había tenido una personalidad introvertida, fruto de una total carencia de afectividad trás la muerte de su madre. Cuando la dirección de su empresa decidió trasladarlo desde un tranquilo barrio salmantino hasta Madrid, sus manias se agravaron, terminando por hacerse más evidentes. No pudo adaptarse a la estresante vida de la capital, ni a convivir rodeado de tantísima gente. Fue entonces cuando empezó a preocuparse excesivamente por el contagio; cuando empezó a molestarle el contacto directo con cualquier persona o cosa... Todo le resultaba siempre nocivo. Terminó haciendo de aquella obsesión un estilo de vida: lo que pensaba, lo que hacia, lo que sentía, todo pasaba necesariamente por su exclusivo tamiz. Empezó a utilizar guantes de látex como parte de cualquier rutina, de manera que finalmente sólo prescindía de ellos para lavarse escrupulósamente las manos y enfundarse otros nuevos.
- ¡Pues menudo elemento tan raro, inspector!
- No lo crea, Calvillo, no lo crea... Le sorprendería conocer la cantidad de gente que sufre de fobias muchísimo más extrañas. El caso es que aquella obcecación casi le lleva a perder el juicio. Finalmente, aconsejado por el médico de su empresa, acudió a un reconocido gabinete de salud mental. Durante varios meses estuvo siendo tratado con hipnoterapia, psicoterapia y programación neurolingüística.
- ¿Y aquellas sesiones hubieran terminado sanándolo por completo?
- En realidad estuvo marcando notables avances, hasta casi alcanzar el objetivo que previamente le habían fijado. Dejó progresivamente de usar guantes por cualquier cosa, lo cual mejoró también la dermatitis irritativa que sus manos estaban empezando a sufrir. Pero, aconsejado por aquellos renombrados expertos, aún le quedaba por superar su gran prueba de fuego.
- Me tiene usted en ascuas, Jáimez: no interrumpa su relato, por favor...
- Para terminar de vencer por completo aquel injustificado miedo a los gérmenes, le aconsejaron que debía de mantener relaciones sexuales completas. Una satisfacción que Héctor jamás había tenido el placer de disfrutar.
- ¿Y quién se brindó de partenaire para el agradable experimento?
- Otro obstáculo más en aquel tortuoso camino: no quería una prostituta para romper el hielo. Finalmente aquel último escollo se superó con la pareja ideal, y todo tuvo una feliz solución. Bueno, feliz o tremendamente desdichada, según cómo se mire, pues aquel regocijo carnal, después de una abstinencia de años, fue lo que acabó matándolo.
- ¿De Placer?
- No, no, nada que ver con el placer: un shock anafiláctico de libro, según afirma el informe del forense. Aquella reiterada obsesión por cubrir sus manos con guantes, mantenida durante años, fue curiosamente la que lo arrastró a la tumba. Su sistema inmunológico acabó generándole una alergia al látex.
- ¿Al látex? ¿Usó finalmente guantes durante su relación carnal?
- No, no fue precisamente en sus manos donde utilizó el látex.
- ¡Jajaja...! Perdone que me ria, inspector, pero fue entonces el preservativo, claro está...
- No. Tampoco usó protección alguna en aquella, su primera relación sexual.
- Pues me deja entonces perplejo y sin argumentos. Además no alcanzo a entender cómo, después de tantos años obsesionado con el contagio, no llegó a usar un simple condón.
- No le fue necesario. La pareja perfecta que Héctor escogió para perder su virginidad física y moral era, precisamente, cien por cien de puro látex.
- Las fotografías no invitan a la duda: fue una muerte ciertamente insólita. ¿No opina usted lo mismo, inspector Jáimez?
- Bueno, Calvillo, yo no emplearía un término tan selectivo: en todo caso llamémosla curiosa... Porque hoy por hoy, en medicina forense, nada queda relegado al caprichoso azar. Aquel desgraciado accidente no dejó de tener nombre y apellidos.
- No le entiendo, inspector, ¿se refiere a la identidad del asesino?
- Verdaderamente no existió ningún asesino, físicamente hablando, aunque en cierto modo podríamos llamarlo así. En realidad la causa que indirectamente lo condujo al fallecimiento tiene asignado un complicado nombre científico: microbiofobia.
- ¡Demonios! ¿Qué palabreja dijo?
- Microbiofobia. Es un término técnico que en medicina identifica a aquellos pacientes que padecen un miedo irracional a ser contaminados por los microbios. En cierto modo el que la padece denota un paradójico desconocimiento, pues muchos de esos microbios nos ayudan precisamente a sobrevivir. Parece ser que Héctor, que así se llamaba el cadáver, siempre había tenido una personalidad introvertida, fruto de una total carencia de afectividad trás la muerte de su madre. Cuando la dirección de su empresa decidió trasladarlo desde un tranquilo barrio salmantino hasta Madrid, sus manias se agravaron, terminando por hacerse más evidentes. No pudo adaptarse a la estresante vida de la capital, ni a convivir rodeado de tantísima gente. Fue entonces cuando empezó a preocuparse excesivamente por el contagio; cuando empezó a molestarle el contacto directo con cualquier persona o cosa... Todo le resultaba siempre nocivo. Terminó haciendo de aquella obsesión un estilo de vida: lo que pensaba, lo que hacia, lo que sentía, todo pasaba necesariamente por su exclusivo tamiz. Empezó a utilizar guantes de látex como parte de cualquier rutina, de manera que finalmente sólo prescindía de ellos para lavarse escrupulósamente las manos y enfundarse otros nuevos.
- ¡Pues menudo elemento tan raro, inspector!
- No lo crea, Calvillo, no lo crea... Le sorprendería conocer la cantidad de gente que sufre de fobias muchísimo más extrañas. El caso es que aquella obcecación casi le lleva a perder el juicio. Finalmente, aconsejado por el médico de su empresa, acudió a un reconocido gabinete de salud mental. Durante varios meses estuvo siendo tratado con hipnoterapia, psicoterapia y programación neurolingüística.
- ¿Y aquellas sesiones hubieran terminado sanándolo por completo?
- En realidad estuvo marcando notables avances, hasta casi alcanzar el objetivo que previamente le habían fijado. Dejó progresivamente de usar guantes por cualquier cosa, lo cual mejoró también la dermatitis irritativa que sus manos estaban empezando a sufrir. Pero, aconsejado por aquellos renombrados expertos, aún le quedaba por superar su gran prueba de fuego.
- Me tiene usted en ascuas, Jáimez: no interrumpa su relato, por favor...
- Para terminar de vencer por completo aquel injustificado miedo a los gérmenes, le aconsejaron que debía de mantener relaciones sexuales completas. Una satisfacción que Héctor jamás había tenido el placer de disfrutar.
- ¿Y quién se brindó de partenaire para el agradable experimento?
- Otro obstáculo más en aquel tortuoso camino: no quería una prostituta para romper el hielo. Finalmente aquel último escollo se superó con la pareja ideal, y todo tuvo una feliz solución. Bueno, feliz o tremendamente desdichada, según cómo se mire, pues aquel regocijo carnal, después de una abstinencia de años, fue lo que acabó matándolo.
- ¿De Placer?
- No, no, nada que ver con el placer: un shock anafiláctico de libro, según afirma el informe del forense. Aquella reiterada obsesión por cubrir sus manos con guantes, mantenida durante años, fue curiosamente la que lo arrastró a la tumba. Su sistema inmunológico acabó generándole una alergia al látex.
- ¿Al látex? ¿Usó finalmente guantes durante su relación carnal?
- No, no fue precisamente en sus manos donde utilizó el látex.
- ¡Jajaja...! Perdone que me ria, inspector, pero fue entonces el preservativo, claro está...
- No. Tampoco usó protección alguna en aquella, su primera relación sexual.
- Pues me deja entonces perplejo y sin argumentos. Además no alcanzo a entender cómo, después de tantos años obsesionado con el contagio, no llegó a usar un simple condón.
- No le fue necesario. La pareja perfecta que Héctor escogió para perder su virginidad física y moral era, precisamente, cien por cien de puro látex.