Su abuela tenía la piel como si fuese un viejo mapa: cada arruga era un camino; cada mancha un destino. Cuando era niña, le gustaba trazar con su dedo caminos invisibles en su rostro. Imaginaba, en aquellos surcos, historias de aventuras, mares embravecidos y tierras muy lejanas.
Ahora, con la abuela ya dormida para siempre, sabe que aunque aquel mapa se borre, llevará su ruta eternamente grabada. La piel podrá desvanecerse, pero el viaje siempre perdurará en el alma.
