05 octubre 2025

La Distancia Invisible

 

   


 

   

El silencio de la tarde de los sábados, era un enojoso manto para Ella. Aunque, al contrario, para Él era un ritual sagrado; el sonido vivo de la paz. Desde el umbral, Ella observaba la silueta de su marido, inmóvil ante la luz azul del televisor. El murmullo del partido de fútbol era la única señal de vida; una banda sonora conocida en la tediosa rutina del hogar.

Desde hacía tiempo, la monotonía había arraigado en las grietas de sus vidas, parasitando aquel matrimonio, como la orobanca de la hiedra. Se habían acostumbrado a vivir en mundos separados, no solo por la distancia física, sino también por la invisible, la emocional; esa que se alimenta de los años y el hastío. Se habían convertido en capitanes de barcos distintos, aún navegando por el mismo mar.

 A veces, una discusión por los hijos, un pequeño malentendido, o un comentario a destiempo, hacía que los cimientos temblaran. Aunque todo terminara arreglándose. O al menos eso decían. Pero aquel sosiego impostado de la tarde del sábado, le dio pie a Ella para intentar resolver una maliciosa duda. Por eso se aclaró la garganta, cogió aire, y se lanzó al vacío...


Amor, ¿puedo hacerte una pregunta?

— Claro, Mi Vida... —contestó Él, asintiendo de forma automática, con el tono de quien espera que no sea algo importante.

— Si existieran máquinas para viajar en el tiempo, ¿a dónde elegirías ir, al pasado o al futuro? 


Él se amuralló tras una incómoda pausa, sin apartar la vista de la pantalla. Ella, por su parte, sintió un leve pinchazo en el estómago: la pregunta trampa parecía funcionar. Solo había que esperar, para recolectar los frutos.

 

— Ambas opciones me valdrían —le respondió finalmente, volviendo a concentrarse en el partido.

¿Y eso por qué? —contestó la esposa, frunciendo el ceño.

Dijiste solo una pregunta —le sentenció Él.


La broma, un arma de doble filo, acabó rompiendo el hechizo. Y el humor, como en otras ocasiones, disipó la incertidumbre. De pronto, Ella se encontró sonriendo, y reconociéndose a sí misma el haber sido tan cándida, por haber esperado de Él otra respuesta, quizás más profunda. Pero entonces, mientras se alejaba, el peso de su propia pregunta la alcanzó. ¿Acaso no eran ambos, en el fondo, viajeros del tiempo atrapados en su presente? ¿Viajeros añorando un pasado, que no podían recuperar? ¿Viajeros expectantes ante un futuro anacrónico, que igual no querían alcanzar? Y la metafísica le truncó la sonrisa.








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