El Cartucho De Castañas

 

 

 El mercado de Navidad estaba a rebosar de gente alborotada. Él caminaba despacio, con las manos hundidas en los bolsillos vacíos, sintiéndose un tanto desubicado entre tanto ajetreo. Se detuvo ante el agradable olor de un puesto de castañas asadas, pero sobre todo, por el gratificante calor que desprendía. Y ahí estuvo observando a la vendedora cómo removía la humeante olla, un largo rato, sin intención de comprar.

 Cuando la castañera le preguntó cuántas quería, él simplemente negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a modo de disculpa. Ella, que supo leer su silencio, no le retiró la mirada. Al contrario, sin decir palabra alguna, llenó un cartucho hasta arriba y se lo entregó por encima del mostrador.

 —Toma, que hoy el frío muerde —le dijo, rechazando con un gesto la mano de él que buscaba unas monedas inexistentes—. De mi padre aprendí que el fuego se comparte, o se apaga.

  Al saborear la castaña caliente, sintió que el invierno se había vuelto un poco menos huraño... Y pensó  que, a veces, la Navidad debería consistir en eso: un pequeño gesto entre extraños que deciden cuidarse un momento... con aquel calor prestado que a él le permitió seguir soñando.