El Último Brindis Del Año

 

La cena había sido perfecta, o al menos lo suficientemente civilizada. Habían reído recordando aquel verano en Italia, los cuatro juntos, como la familia que siempre dijeron ser. El anfitrión servía el vino con mano firme, mientras su mujer y la otra pareja, amigos desde la universidad, compartían bromas privadas que él ya no se molestaba en fingir que no entendía.

Llegaron las doce. Comieron las uvas entre risas y el barullo de los petardos. Al terminar la duodécima, él se puso en pie y descorchó el champán.

—Por nosotros —dijo con una sonrisa brillante—. Porque este año las cosas van a cambiar. No más secretos. 

Los otros tres levantaron sus copas, y bebieron el champán de un trago, un poco incómodos por la intensidad del brindis, pero sonriendo.

 —Por todos nosotros —volvió a repetir con una sonrisa brillante, mientras las copas se volvían a llenar y a vaciar de nuevo, al unísono—.

 Fue entonces cuando el anfitrión dejó su bebida sobre la mesa, se sentó y miró a los tres con una calma aterradora.

—Por ese viaje a Italia donde, según decís, «no pasó nada». Por los mensajes que borráis y por ti, Elena —dijo mirando a la mujer de su amigo—, por haberles encubierto cada noche mientras me mirabas a los ojos en estas cenas. He descubierto que no solo me engañaban ellos; me engañabais los tres.

El silencio fue ensordecedor. Su amigo dejó la copa; su mujer palideció. Él apuró su bebida, acerrojó la puerta del salón y tiró las llaves por la ventana, hacia la nieve.

—He puesto algo en el champán. No os preocupéis, en un minuto todos sentiremos mucho sueño. He pensado que, si habéis sido capaces de construir una vida basada en mi ignorancia, yo soy capaz de terminarla basándome en mi justicia. Mañana seremos la noticia de apertura, pero al menos, por una vez, será una noticia veraz.