El día 30 amaneció con una luz cansada: tenía un tono gris ceniza que se colaba con tristeza por los visillos de la cocina. Él puso sobre la mesa la agenda del año que agonizaba y, al lado, la nueva, la que todavía olía a pegamento y a futuro intacto.
Fue pasando las hojas de la vieja. Abril: Cita con el dentista. Mayo : Viaje a Salamanca. Junio: Revisar la caldera. Al llegar a septiembre, algunas páginas empezaron a mostrarse vacías, y aquellos huecos en blanco le comenzaron a doler más que las palabras. Se detuvo en el día 14, la última anotación que su esposa había dejado escrita, poco antes de que todo se precipitara: Arreglar el riel de la cortina (se atasca).
Ella murió dos días después. Desde entonces, cada mañana, Él veía cómo el sol se filtraba por ese descuadre de la tela, una rendija de luz terca que le obligaba a abrir los ojos antes de tiempo. Se había acostumbrado a convivir con ese fallo, como si el riel estropeado fuera la última voluntad física de Ella en la casa.
Pasó la yema de los dedos sobre el papel, sintiendo el relieve del trazo de su letra. Cogió la agenda nueva y la abrió por la primera semana de enero. El tono blanco era agresivo, una extensión de nieve virgen que le exigía empezar a escribir una vida donde Ella ya no figuraba en los turnos de farmacia ni en la lista de la compra.
Dudó con el bolígrafo en la mano. El verdadero final del año no eran las campanadas, sino ese trámite de decidir qué nombres y qué voces no cruzarían la frontera del calendario. Para no dejar la primera página en blanco, terminó anotando con letra temblorosa: Arreglar el riel de la cortina.
Era un recado de Ella que se había quedado suspendido. Al copiarlo, sintió que no solo trasladaba una tarea doméstica retrasada, sino que le daba continuidad al mandato de su esposa, para sentirla presente un poco más. Cerró ambas agendas y las dejó una encima de la otra. Y dio por sentado que el 30 de diciembre era el día en que los vivos hacían el inventario de las ausencias para saber cuánto peso les tocaría cargar a solas una vez que se agotara el almanaque.
