Les Yeux Sans Visage








Divagando cierto día con Mar, se me ocurrió espetarle que nosotros -los blogueros en general- eramos, simplemente, unos productos cibernéticos anónimos. Una tesis ofensiva que, obviando la buscada provocación jocosa, no compartimos ninguno de los dos; en absoluto.

En el clásico Le Yeux Sans Visage (Ojos sin Rostro, Francia, 1960), el realizador Georges Franju narra la historia de un cirujano desquiciado, el doctor Genessier, que se dedica a secuestrar bellas jóvenes para arrancarles la piel de rostro con el objeto de intentar devolverle la belleza perdida al de su hija, de la cual personalmente se autoculpa. A pesar de que la jóven sufre varias intervenciones plásticas a manos de su padre, su tez vuelve una y otra vez a degenerarse, por lo que el Mad Doctor no tendrá otra opción que seguir asesinando.

Hasta aquí todo resulta elemental. Ahora, quizás reste la tarea más compleja: conseguir haceros partícipes de mi descabellada metáfora. Naturalmente, sin ninguna muerte de por medio.

Cuando se inicia la andadura en este mundo (¡Blog en construcción!), el nuevo inquilino debe sentirse como aquel científico de la película; como el padre de aquella malograda joven, observando a su frente un deformado rostro que pretende ir embelleciendo, en mayor o menor medida. Y en principio, deleitándose sólo con la magnificencia que consigue admirar a su alrededor, pero consciente de la deformidad propia -objetiva o subjetiva- que llega a producir desde el exterior: un rostro deslucido, inacabado, ausente de belleza, de piel, de contenido. Un vivo diamante en bruto, implorando con humildad ser pulido por unas manos sosegadas y prudentes.

Muchas veces me he sentido como aquellos ojos sin rostro. Y os lo digo con toda la sinceridad del mundo. En primer lugar por reconocerme como lo que realmente soy ante la mayoría de vosotros: un ser anónimo del que sólo conocéis, precisamente, aquella cualidad física. Y en segundo lugar por que sigo viendo aquí, en mi propio blog, aquella recurrente imagen: la tez desfigurada de aquella malograda muchacha. Cada nuevo post que empujo a la aventura no deja de ser un aloinjerto que intenta recubrir aquellos otros que, con el transcurrir inevitable de los días, han empezado a degenerar. Pero nunca dejo de ser consciente de mis limitaciones como cirujano... Por eso sé que esta reiterativa intervención quirúrgica, tarde o temprano, concluirá con un esperado final.

Mientras tanto intentaré seguir aquí, luchando por renovar aquellos injertos: los propios y también los vuestros, los que me aportáis consciente o inconscientemente como blogueros, pero ante todo los que me transmitís como personas... Un placer impagable, que siempre llevaré conmigo. Cada uno de nosotros, con toda seguridad, habrá sido empujado por diferentes motivaciones para continuar en esta difícil pero reconfortante andadura. Para algunos será su propia copa del más exquisito de los caldos; para otros su necesario pañuelo de lágrimas, su particular humo de la risa, su propia llave del armario al que jamás debió verse obligado a entrar... Estoy convencido de que para vosotros, como para mí, el blog habrá representado en innumerables ocasiones el papel de fiel amigo que siempre supo, con infinita paciencia, escucharnos. Nunca seremos un producto manufacturado... No. En todo caso, una gran caja de bombones de insólitos sabores pero hechos a mano, que deberemos abrir siempre con extraordinaria humildad para compartir con los demás.