El Aplauso Eterno

  


 

Durante El Confinamiento, aquel vecino salía al balcón y recitaba unos versos. Algunos lo evitaban, otros lo grababan y muchos lo aplaudían.

Pasó el tiempo, acabó el encierro, y él mantuvo la misma rutina... pero ya resultaba cargante. Un día se quedó afónico, y terminó perdiendo la voz. Desde entonces solo sonríe:  mostrando una siniestra mueca, que incomoda aún más que el poema.