El Banquete Egoista

 

No tenía familia ni nadie a quien cuidar. Cada tarde se sentaba en el mismo banco del parque: sin móvil, sin libro, sin prisa... Y allí observaba cómo los niños iban creciendo, y cómo los árboles y los perros envejecían a la par. Un día, por ley de vida, el abuelo dejó de ir. Nadie lo notó. Nadie. Salvo las egoístas palomas a la hora de la merienda.