El alma de alfietero,
prendida por alfileres,
se me estuvo derramando
libada por dos mujeres.
Astilladas en segundos
las Doce y Veinte; vencidas
en el compás que mi muerte
fue marcándole a la vida.
Cerró de un golpe mi libro
la incompasible Guadaña.
Ya somos, mi verso y yo,
contertulios de la araña.
Ven y arropame los ojos:
no quisiera el cielo ver
cómo se asoma la niña
a tu balcón de mujer.
Déjame un beso en los labios...
Que menos dolor provoca
el partir si me acompaña
el consuelo de tu boca.
Y abándonalas al sueño,
si te preguntaran Ellas...
Que no sepan que a la noche
iré a robar sus estrellas
por pincelar tu camino
con un poco de su luz.
Que siempre duerman ajenas
a la sombra de tu cruz.
Deja mi mano,
ya todo es vano...
No habrá en mi marcha demora.
Abre la puerta:
la Vida Muerta
viene anunciando mi hora.
Y ya mi alma,
y tú con ella,
vaciando estrellas
partió sin calma.
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