SILENCIO (II)
Porque se inventó el silencio
para mis oídos.
Lo sé.
Y te compré una sonrisa
por ello.
Para escuchar eso que otros
no podrán oir nunca:
tu voz tenue,
huidiza, apagada, débil.
Tan débil que sólo yo
sería capaz de escuchar.
Porque nació la soledad
para mis ojos.
Lo sé.
Y la difuminé,
a Ella,
sobre una brisa celeste
purpúrea e inmaterial.
Mas… ¡cuanta perfección!
Eras tú misma; tú toda.
Inventada, sí…
Hecha tú, de mis otros yos.
.
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