El por qué de tu nombre, Piedra,
te has atrevido a preguntarme,
sin camuflar esa frialdad
perenne que envuelve tu rostro,
como una segunda sonrisa.
El por qué de tu nombre, Piedra
me pides cuando yo te beso
aquellos labios de cristal
que sonríen a mis demandas.
El por qué de tu nombre, Piedra,
me has exigido desde encima,
muy encima de tu pedestal.
El por qué de tu nombre, Piedra,
bien debes de saberlo tú.
Yo sólo conozco la ausencia
de lo que es conocerte a ti.
Yo sólo conozco el reflejo
de tu nombre, en esas heladas
aguas que se me antojan ojos.
Yo sólo conozco la silueta
imperfecta, tosca y amorfa,
que contonea sus aireados
trazos irreales frente a mí.
Yo conozco solamente eso.
No quieras pedirme un por qué
para algo que ya bien sabes,
para algo que tú bien conoces
como yo, Piedra.
te has atrevido a preguntarme,
sin camuflar esa frialdad
perenne que envuelve tu rostro,
como una segunda sonrisa.
El por qué de tu nombre, Piedra
me pides cuando yo te beso
aquellos labios de cristal
que sonríen a mis demandas.
El por qué de tu nombre, Piedra,
me has exigido desde encima,
muy encima de tu pedestal.
El por qué de tu nombre, Piedra,
bien debes de saberlo tú.
Yo sólo conozco la ausencia
de lo que es conocerte a ti.
Yo sólo conozco el reflejo
de tu nombre, en esas heladas
aguas que se me antojan ojos.
Yo sólo conozco la silueta
imperfecta, tosca y amorfa,
que contonea sus aireados
trazos irreales frente a mí.
Yo conozco solamente eso.
No quieras pedirme un por qué
para algo que ya bien sabes,
para algo que tú bien conoces
como yo, Piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario